Siempre es importante reservarse un momento para uno mismo. Cuando una es madre a tiempo completo muchas veces ese momento desaparece. Es más muchas veces ni en el baño tenemos ese momento a solas, siempre está esa personita acechando asomando su cabecita por la cortina de baño.
Fue así como decidí entrar en un taller de cerámica. Entré en el taller sin pretensiones, sin imaginarme cómo me ayudaría a superar muchas de las difíciles pruebas que la vida nos pone en el camino.
Sólo buscaba un momento de paz y terminó siendo mi terapia.
La cerámica te enseña el don de la paciencia. No debes apurar las cosas nunca con ella o los resultados serán catastróficos. Hay que aprender a esperar, a ser cautos, ir con cuidado.
Pasa algo súper extraño mientras uno trabaja es como que todo se detiene, se ralentiza pero las horas en el taller vuelan. No sé bien como explicarlo.
Quizá lo que más me está ayudando la cerámica es a abrazar la incertidumbre. Más de una vez el resultado final no es lo que esperas. Desde un simple cambio de color en un esmalte a una pérdida total de la pieza.
Uno puede tener todo friamente calculado y de repente sale del horno y zas! nada que ver con lo planeado! Puedes optar por cabrearte o aceptar que las cosas salieron diferentes a lo planeado y ver la belleza en lo inesperado. Darle la vuelta a la cosas.
Es posible también que hayas estado horas de horas trabajando en una pieza y cuando abres el horno está hecha añicos. Puedes llorar sobre la leche derramada o aprender porqué pasaron las cosas e intenar que la próxima no te pase. Cómo diría mi profe: «Se puede aprender mucho de los muertitos!»
Todo lo que usas en el taller es aplicable a la vida.
En mi caso lo aplico a mi vida como mamá de Martina. Me enseña a ser mejor madre para ella. A estar fuerte, aunque algunos días cueste más.
Me enseña a ir con paciencia, ella tiene su ritmo y debe respetarse.
Me enseña a abrazar la incertidumbre. Que la frustración es sólo una cuestión de espectativas.
Me enseña a aprender de mis errores.
Me enseña a ver la belleza en la manera de ser de Martina, en la dedicación que implica ser su madre.
Me enseña que todo el esfuerzo, amor y arte que uno le meta en la educación de sus hijos da como resultado una pieza única y aunque en el camino las cosas se tuerzan uno las asume con amor y sigue adelante siempre!